Eugenia
Brito
La producción del escenario visual de Paz Errázuriz pone
en circulación sobre la base de la alternancia, de serigrafías
y fotografías la tensión de la mirada histórica de
una cultura dominante y sus excedentes. Un referente único: Puerto
Edén es potencializado a través de este escenario que devuelve
desde el arte los saldos que el proyecto cultural dominante desecha: sus
desheredados que portan en los cuerpos las huellas por las que la historia
pasó y decidió, consciente más que inconscientemente
olvidarlos.
El lugar que Paz
Errázuriz genera no pretende elaborar el múltiple gesto
del olvido. Desde la serigrafía, la repetición insistente
de los rostros, del paisaje que esos rostros habitan nos abordan desde
el silencio, la inextricable soledad que los años, la experiencia
vivida, los saberes acumulados, las historias padecidas escriben en los
gestos, en ciertas maneras de instalarse veladamente, en cierto modo de
exponerse, en cierta manera de callar y sonreír. En los múltiples
modos de la pose.
Si la práctica
artística de Paz Errázuriz revela el discurso del otro,
lo hace con la distancia que todo otro porta, y desde la cual se establece
su arte. Desde ese velo se establece el contacto. Lo que nos insinúa
un acercamiento a través de los pliegues que demarcan el acto mismo
de significar del referente que nombra. En este sentido, la instalación
visual de Paz Errázuriz guarda con respeto y cautela la complejidad
del mundo que hace emerger. No es una toma por asalto, sino más
bien una poética que se establece desde un viaje y un contacto.
Contacto que sabe
de su imposibilidad: lo que queda más allá de la mirada,
el enigma que cada uno de estos rostros abre para nosotros. Porque sabemos
que cada rostro es una cripta de un innominado diccionario, cuyas cifras
no existen más que en esa soledad y con el lenguaje de los gestos,
a los que Paz Errázuriz acaricia, cerca en múltiples modos.
El lente no juega
en absoluto con el objeto mirado: a veces se instala junto a unos árboles.
O bien yace con las piedras. O deja que aparezca y desaparezca el mar.
Distintas son las zonas corporales en las que se apoya para generar los
signos desde los cuales organiza una escritura: el mundo alacalufe de
hoy, un testimonio de vida, una lucha paso a paso con la muerte.
Podríamos
pensar que esto se puede decir de toda América Latina, podríamos
también agregar que todo esto se puede decir de Chile. Y sería
verdad en la medida en que la etnia alacalufe - en todo diferente a la
nuestra: en lenguaje, en cultura, en historia - nos habla de desamparo,
incertidumbre, pobreza. Si todo es un vestigio, una ruina también
podríamos decir que esas ruinas son los signos de una resistencia,
una feroz lucha contra la domesticación que el proyecto de modernización
genera sobre los cuerpos que acapara para su maosoleo. Mausoleo que nos
acecha tras la cosmética facial de la mercancía, la seducción
del mercado. Aparecer hermoso, atractivo a la mirada, al gusto: entrar
en la óptica de un intercambio garantizado, de resultado consabido,
de efecto leve y simple.
Tener la mente acomodada,
asegurada, con puertos de entrada seguros: la dicha suprema del occidental.
Pero no, las fotografías de Paz Errázuriz son la narración
de un acto supremo de una resistencia y su costo y, por ello, las fotos
expresan lo indecible de la angustia de no estar en el mundo occidental,
en que todo parece seguro en que la historia talla el rostro y el deseo
de sus hijos, en la adscripción a los lugares habidos.
Pero también
lo que esas fotos revelan es la pasión de su diferencia, con exactitud
nos habla de otras historias que ya no están aquí de la
que ellos son sólo la cita, quizá el punctum, historias
desconocidas, hablas desconocidas e inviolables que no quisieron, que
no pudieron ser arrebatadas. Ese lado irrepresentable de la realidad,
su saldo indomesticable al lenguaje es la alegoría que Paz Errázuriz
logra producir a partir de la textura de la foto: un imposible se constituye
para nosotros con toda su poesía, el éxtasis de su nomadismo,
el sutil desvanecimiento de todo paradero. Su modo de habitar lo múltiple,
diluyendo las fronterss de la colonización. El horror de la muerte,
la alegría de la sobrevivencia. Es Puerto Edén, fotografiado
por Paz Errázuriz, a quien debemos la insistencia la pasión,
el lirismo, la ternura. Porque estas fotos nos contactan, sin violar,
sin traicionar jamás el secreto, con el significante más
oscuro y rebelde de América Latina: un fondo ciego, múltiple,
intocable que no quiere ser visto, que no puede ser visto sino en una
ampliación de la mirada.
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