Un temblor en los ojos

Eugenia Brito
Escritora
Diciembre 1995

Espectadores La producción del escenario visual de Paz Errázuriz pone en circulación sobre la base de la alternancia, de serigrafías y fotografías la tensión de la mirada histórica de una cultura dominante y sus excedentes. Un referente único: Puerto Edén es potencializado a través de este escenario que devuelve desde el arte los saldos que el proyecto cultural dominante desecha: sus desheredados que portan en los cuerpos las huellas por las que la historia pasó y decidió, consciente más que inconscientemente olvidarlos.

El lugar que Paz Errázuriz genera no pretende elaborar el múltiple gesto del olvido. Desde la serigrafía, la repetición insistente de los rostros, del paisaje que esos rostros habitan nos abordan desde el silencio, la inextricable soledad que los años, la experiencia vivida, los saberes acumulados, las historias padecidas escriben en los gestos, en ciertas maneras de instalarse veladamente, en cierto modo de exponerse, en cierta manera de callar y sonreír. En los múltiples modos de la pose.

Si la práctica artística de Paz Errázuriz revela el discurso del otro, lo hace con la distancia que todo otro porta, y desde la cual se establece su arte. Desde ese velo se establece el contacto. Lo que nos insinúa un acercamiento a través de los pliegues que demarcan el acto mismo de significar del referente que nombra. En este sentido, la instalación visual de Paz Errázuriz guarda con respeto y cautela la complejidad del mundo que hace emerger. No es una toma por asalto, sino más bien una poética que se establece desde un viaje y un contacto.

Contacto que sabe de su imposibilidad: lo que queda más allá de la mirada, el enigma que cada uno de estos rostros abre para nosotros. Porque sabemos que cada rostro es una cripta de un innominado diccionario, cuyas cifras no existen más que en esa soledad y con el lenguaje de los gestos, a los que Paz Errázuriz acaricia, cerca en múltiples modos.

El lente no juega en absoluto con el objeto mirado: a veces se instala junto a unos árboles. O bien yace con las piedras. O deja que aparezca y desaparezca el mar. Distintas son las zonas corporales en las que se apoya para generar los signos desde los cuales organiza una escritura: el mundo alacalufe de hoy, un testimonio de vida, una lucha paso a paso con la muerte.

Podríamos pensar que esto se puede decir de toda América Latina, podríamos también agregar que todo esto se puede decir de Chile. Y sería verdad en la medida en que la etnia alacalufe - en todo diferente a la nuestra: en lenguaje, en cultura, en historia - nos habla de desamparo, incertidumbre, pobreza. Si todo es un vestigio, una ruina también podríamos decir que esas ruinas son los signos de una resistencia, una feroz lucha contra la domesticación que el proyecto de modernización genera sobre los cuerpos que acapara para su maosoleo. Mausoleo que nos acecha tras la cosmética facial de la mercancía, la seducción del mercado. Aparecer hermoso, atractivo a la mirada, al gusto: entrar en la óptica de un intercambio garantizado, de resultado consabido, de efecto leve y simple.

Tener la mente acomodada, asegurada, con puertos de entrada seguros: la dicha suprema del occidental. Pero no, las fotografías de Paz Errázuriz son la narración de un acto supremo de una resistencia y su costo y, por ello, las fotos expresan lo indecible de la angustia de no estar en el mundo occidental, en que todo parece seguro en que la historia talla el rostro y el deseo de sus hijos, en la adscripción a los lugares habidos.

Pero también lo que esas fotos revelan es la pasión de su diferencia, con exactitud nos habla de otras historias que ya no están aquí de la que ellos son sólo la cita, quizá el punctum, historias desconocidas, hablas desconocidas e inviolables que no quisieron, que no pudieron ser arrebatadas. Ese lado irrepresentable de la realidad, su saldo indomesticable al lenguaje es la alegoría que Paz Errázuriz logra producir a partir de la textura de la foto: un imposible se constituye para nosotros con toda su poesía, el éxtasis de su nomadismo, el sutil desvanecimiento de todo paradero. Su modo de habitar lo múltiple, diluyendo las fronterss de la colonización. El horror de la muerte, la alegría de la sobrevivencia. Es Puerto Edén, fotografiado por Paz Errázuriz, a quien debemos la insistencia la pasión, el lirismo, la ternura. Porque estas fotos nos contactan, sin violar, sin traicionar jamás el secreto, con el significante más oscuro y rebelde de América Latina: un fondo ciego, múltiple, intocable que no quiere ser visto, que no puede ser visto sino en una ampliación de la mirada.


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