Paz Errázuriz y los últimos alacalufes:
Imágenes de fin de milenio

Más que fotografías, las de Paz Errázuriz son huellas, íconos, máscaras funerarias.Desde el anacronismo de una fotografía "pura" y clásica, la autora interpela con su verdad la mirada del otro.

Claudia Donoso

 
Paz Errázuriz

Cuando se celebra el mes de la fotografía en Chile, las imágenes de Paz Errázuriz se imponen como obra de autor. Sus retratados -locos, viejos, travestis, artistas circenses, boxeadores, vagabundos, y ahora, con Los nómadas del mar, una serie sobre los últimos alacalufes del planeta- certifican la existencia de espacios de máximo desamparo social y mental.

Aparte de la condición documental de sus imágenes, es el gesto porfiado que la artista reitera en el tiempo lo que le confiere al trabajo que hace su singular dimensión: la de un acto político y poético que, ateniéndose a la condición de la fotografía como vestigio y doble de la realidad, la convierte en una suerte de nave de los locos. Al borde de un milenio que se acaba, la evidencia del "esto ha sido" se duplica en el caso de los alacalufes pues se trata de una raza en extinción.

 
Ester Edén Wellington

Como si se tratara de un especie de álbum familiar al revés, el friso construido por la artista propone una épica y una ética del mirar y emplea la cámara como instrumento para registrar todos los naufragios que puede llegar a contener un rostro.

El trabajo de Paz Errázuriz ha sido reconocido a lo largo de los últimos años con las becas Guggenheim, Fullbright, Andes y Fondart.

-Usted se fue a Puerto Edén: no hay un lugar que quede más abajo en el mapa de la Tierra. ¿Cómo empezó su trabajo?

-Yo había sabido de la existencia de Fresia Alessandri y mi idea al principio fue trabajar con ella. Se conocía a sí misma como la última alacalufe, quedó sola, sola de verdad en esas soledades y lo que me cautivó fue el hecho de que fuera mujer y, además, vieja. Una navegante solitaria que ha tenido un instinto tremendamente fuerte de sobrevivencia. No se dejó contaminar por nada y no la manda nadie. Es la persona que está en el origen de esta exposición y a ella se la dedico. Después empecé a entender que había otros y que son muy pocos: según las estadísticas quedan veintiocho.

 
Emiliana Carreño

-¿Qué se sabe en general de los alacalufes?

-Cuando fui al Museo de Arte Precolombino a buscar información no encontré nada. Tengo más aquí en mi casa que lo que hay en ese archivo. Es no sólo como si no existieran, sino como si nunca hubieran existido, y es tan así que, yo, en un momento, pensé que los alacalufes eran un invento mío. Después, en un viaje que hice a Estados Unidos supe que el dirigente de todas las comunidades indígenas de Nueva York se llamaba Carlos Edén y se decía también el último alacalufe. Cuando le conté que había otros, se emocionó. Yo había pensado tomarlo en Washington Square pero él me dijo: "No, yo quiero en el agua". Entonces lo fotografié en el río Hudson. De las tres etnias del extremo sur de Chile -onas, yaganes y alacalufes, conocidos bajo la denominación general de fueguinos- sólo algunos alacalufes o kawésqar subsisten. En medio del extenso territorio de la Patagonia Occidental está la isla Wellington, y en ella Puerto Edén, el último reducto de los kawésqar. Se sabe de ellos a través de las crónicas de viaje e informes de expediciones científicas. Darwin, por ejemplo, se refiere a ellos en términos bastante despectivos, y de dos eminentes antropólogos: Martín Gusinde y Joseph Emperaire, que sitúan a los kawésqar en la Edad de la Piedra Pulida.

-¿Cómo llegó Carlos Edén a Nueva York?

-Al igual que muchos otros, él fue adoptado por un chileno. En su caso, parece que por un funcionario de la base aérea de Puerto Edén, que después se fue a vivir a Concepción y mandó a Carlos Edén a un colegio inglés. Luego, Carlos Edén se hizo navegante, fue preso político y llegó a Estados Unidos. Trabaja allá en una industria de ropa, maneja computador y habla inglés. Cuando volví a Chile y les conté a los alacalufes de este hermano perdido fue muy impresionante porque se pusieron a llorar. Quedaron conectados con Carlos Edén a través de la Conadi, la Corporación Nacional Indígena.
 
Carlos Renchi sotomayor

-¿Cuánto le tomó este trabajo?

-Cuatro años. Me demoré porque además hay que pensar que todo es difícil: ir, llegar y quedarse. El tema de la confianza es otro: cómo ir a tocarles la puerta y que a uno se la abran. Porque, ¿con qué derecho me meto yo ahí? Hay una delicadeza que hay que tener muy en cuenta.

-¿Tienen ellos conciencia de ser un pueblo que se acaba?

-Ellos tienen conciencia de la fatalidad. De que están dejados de la mano de Dios. Resienten mucho las promesas incumplidas del gobierno. Todos debieran recibir una pensión de gracia que fue lo que estableció Pedro Aguirre Cerda

 
María Luisa Renchi
¿Y se han mezclado?

-Desde luego, están todos medio emparentados y hablan de los que son "puros directos" o cruzados. Yo me propuse hacer los "puros", pero de acuerdo a su autodefinición. Son de mar ellos, nómades del mar aunque ahora ya no funcione mucho esa definición. Sigue siendo una tragedia el espectáculo de su desamparo. No hay nada pintoresco, ni bonito, ni divertido ni tremendamente interesante. Son recolectores de conchas, de choritos.

-¿Por qué tienen esos nombres extranjeros y de presidentes?

-Los nombres se los ponían los funcionarios del Registro Civil porque necesitaban darles un carnet. Les ponían Wellington por la Isla Wellington, o Carlos Messier por el Canal Messier. A la Fresia le pusieron así por el presidente Alessandri. Algunos de ellos recuerdan su nombre kawésqar.

 
Fresia Alessandri

-¿Conservan algo de su lengua?

-Algunos. Entre ellos además, todo es vago; son poco verbales, hablan mal castellano. Sienten, eso sí, que son de ahí, de esa tierra, pero está todo tan cargado de abandono que también sicológicamente hay un deterioro enorme. Todos están enfermos de algo. Son jubilados a los 40 años. Muchos tienen una nube opaca en los ojos, una dolencia que nadie sabe mucho qué es. Hay mucho alcoholismo. En Puerto Edén quedan unos diez. En Puerto Natales hay otro grupo chiquitito y otro en Punta Arenas. Además se van muriendo muy rápido. Desde que yo empecé se han muerto tres. Y jóvenes.

 
Yolanda Messier

-En términos del desarrollo de su trabajo en el tiempo ¿qué representan los alacalufes?

-En este trabajo, más que en cualquier otro, es justamente el tiempo lo que carga todo porque la de los alacalufes es una situación límite. Esto ha sido acercarme verdaderamente y como nunca, al fin de algo. O sea a la muerte.

-Después de su trabajo en el manicomio de Putaendo se fue al último confin del mundo. Son experiencias que deben de tener un costo emocional y siquico muy grande.

 
Margarita Molinari y Alberto Achacaz

-Sí, todo es terminal ahí. Yo he tenido que armarme de fuerza para cada uno de estos encuentros con ellos. Entonces uno dice: ¿para qué? Esa es una pregunta que me hago a cada rato. Lo que pasa es que estos son enamoramientos; un proyecto de vida, nada más. Y lo que se pregunta también uno es si todo esto se llega a transformar mediante el acto creativo. ¿Dónde se produce esa pequeña transformación? Tal vez es en la mirada del otro donde eso se lleva a cabo y se completa.

-Frente a las fotografias suyas muchos pasarán de largo y otros se espantarán ¿Qué siente frente a eso?

-No siento nada. Lo tengo claro. Y ni me deprimo por eso ni me siento chora por eso. Me alegro cuando a alguien le interesa nomás. Lo que yo hago no tiene nada que ver con la estética. No es ni siquiera pasable desde ese punto de vista. Estas imágenes también a mí me pesan.

-¿Cuándo va a parar?

-Cuando estire la pata nomás. No sé cuándo. Es infinito el otro lado de la cara de las cosas.

© Revista PAULA Septiembre 1996

 

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